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Su momento...

Foto del escritor: La EljachLa Eljach

Eran las 10 de la mañana de un 7 de marzo del 2001 y ahí estaba Claudia, sentada en su diván, con un pequeño cuaderno marrón en sus manos y el lapicero que su abuelo le dejó antes de morir. Desde hace mucho tiempo decidió irse de Oaxaca, cuando el que era su prometido la dejo frente al altar, con un vestido blanco que mostraban la inocencia del alma que perdió en ese instante. Ahora disfrutaba de las calles de Santiago de Chile, pero sobretodo de su gran sofá, aquel que se había vuelto confidente de muchos. Era irónico como aconsejaba a muchos, después de ella haber recibido tan poco.



Una psicóloga reconocida en casos de pareja, pero excelente en cualquier tema que llegará a su recinto, todos los días dispuesta a escuchar, sonreír, consolar e incluso alentar. Habían pasado ya diez minutos y la paciente de las 10:30 aún no llegaba. Se le hizo extraño, era muy puntual. Se acercó a su escritorio y mientras sostenía el teléfono para llamar a su secretaría, sonó aquel timbre que había designado para los correos. Colgó la llamada que aún timbraba y abrió el mensaje.

“Estimada Claudia, me gustaría tener una consulta con vos. Hace algunos días me levanté con la ansiedad que tiene un niño de volver a casa después de un mal día en la escuela. Emocionado como cuando llega a casa y desesperado por contarle a su madre. Me puse mi mejor traje y traté de ser lo más puntual del caso. Esperarla a ella vestida de blanco me hacía mucha ilusión, a pesar de no ser muy creyente, todo en aquella iglesia parecía perfecto, los minutos pasaban y la zozobra en mi crecía. La gente se tornaba desesperada, ella nunca llegó, ella me falló… me he sentido desilusionado, te escribo desde Bariloche, porque sé que vos sos muy buena en todo esto, Agustín”

Aunque siempre se mostraba muy parca frente a todos sus pacientes, esta historia le tocó las fibras, se sintió conectada, se sintió comprendida, por primera vez. Claudia nunca había atendido a un paciente por este medio, y Agustín se convirtió en su excepción. Si bien tenía citas con sus clientes 2 veces por semana, el tema de aquel hombre de voz misteriosa, había empezado a requerir de más días por semana. Las risas en su consultorio no faltaban a las 11 de la mañana, hora reservada para la cita por correo electrónico. La mirada en aquel rostro que por mucho tiempo dejo de creer en el amor de adolescentes se veía más fresca, más alegre, más llena de vida. Pasaron 9 meses y cada vez estaban más comprometidos el uno con el otro, no se habían visto pero ya se habían desnudado cientos de veces, para ellos no fue necesario el contacto físico para hacer el amor de una manera real, bastaron las palabras, el deseo, el sentimiento. Como todas las mañanas, Claudia esperaba el correo antes de ir almorzar, y aunque estaba retrasado unos minutos, ella se mostraba calmada y ansiosa. Tocaron a su puerta, pese a que le tenía advertido a su secretaria que a esa hora no aceptaba interrupción, se levantó y abrió. Era Esther, su secretaria, sostenía un ramo de girasoles, sus flores favoritas, y en ellos una tarjeta. “¿Te querés casar conmigo? Tenés dos días para darme el sí que nunca disté y yo nunca recibí”. Las lágrimas como cantaros, corrían por sus ojos, la felicidad la invadía, se secó los ojos y al alzar la mirada, ahí estaba él. Justo como ella lo había imaginado. Dentro de aquel momento emotivo, la mexicana y el argentino lograron entender que ese era su momento.

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